miércoles

GUIÉNGOLA

GUIÉNGOLA.



             Recuerdo a mis abuelos hablar sobre aquellas cosas que a mi tierna edad parecían cuentos de reyes, príncipes y guerreros indígenas. De una ciudad fortaleza que se encumbraba en lo alto de unas montañas, no muy distantes de mi pueblo natal; Juchitán, Oaxaca. Llamábanle a dicha montaña en zapoteco; “Guiéngola”. Hablaban de guerras entre los grupos indígenas; zapotecas y aztecas, de tribus que cruzaban la región del istmo durante siglos atrás y que tenían que rendir pleitesía a aquellos reyes que habitaban aquella montaña casi sagrada. Para mi edad, aquello sonaba como un lugar habitado por seres gigantes; seres de otras dimensiones, de otros planetas.

SEBASTIÁN CONDUCIENDO HACIA GUIÉNGOLA

De generación en generación fueron circulando dichas historias, de boca en boca; como cuentos fantásticos que durante el verano, en  aquellos atardeceres idílicos del trópico istmeño; reposando las abuelas en los butaques de madera de “huanacastle”; solían contar,  bajo la brisa refrescante del atardecer; “bíi nizá”  con olor a tierra húmeda, a tierra mojada, así solían llamar a ese viento que antecede a las lluvias vespertinas de verano.  Reposando a las puertas de las casas de algunas de ellas. La abuela Alicia y sus hermanas; Celia, Bertha, Rómula. Se visitaban las unas a las otras para charlar. Yo me arrimaba recostado sobre aquella banqueta de casa de la abuela Alicia; de cemento lisito como espejo, pulido, como mármol recién regado donde refrescaba mi espalda desnuda. Junto al pié de alguna de ellas escuchaba aquellas historias, relatos que bajo aquellos crepúsculos que pintaban algunas nubes vaporosas que flotantes como crespón, velaban el cielo anunciando el final de un día más. Así supe de Guiéngola.
ASCENDIENDO HACIA GUIÉNGOLA
Crecí lejos de casa y cada vez que tornaba; aquellas historias repercutían en mi cabeza cuando escuchaba por algún azahar del destino la palabra “Guiéngola”. Siempre tenía aquella inquietud de viajar a dicho lugar para constatar lo que se decía de él; mas las circunstancias no se daban y el tiempo transcurría, me alejaba nuevamente del terruño y no lograba desentrañar aquel misterio.

REUNIÓN CON VICTOR NUESTRO GUÍA.

Fue en este verano del 2011, cuando conversaba en zapoteco con mi hermano Sebastián; le comenté.
---- Hermano; ¿has visitado alguna vez la montaña de “Guiéngola”? ---- me respondió. ---- No sabíamos el sendero a seguir y no pudimos llegar hasta el lugar donde dicen que existen las ruinas de lo que fue la fortaleza de Guiéngola, Sin embargo, conozco la brecha que lleva hasta el pie de la montaña  ----
----¿Te gustaría ir? ----¡Claro!----Ha sido siempre un sueño para mi poder estar en ese enigmático lugar que tanto he escuchado y leído ya acerca de él ----
-----Los años han pasado y he dejado que pasen, sin haber hasta la fecha, ascendido a la cúspide de esa montaña y maravillarme con las cosas que existieron ahí y, que dicen que aún perduran; por más que lo he intentado más de una vez; aún no lo he logrado----
----Entonces; no se diga más; iremos mañana mismo y ambos satisfaceremos nuestra curiosidad----
Así fue. La mañana del viernes 19 de agosto del 2011; mi hermano Sebastián estaba tocando a la puerta de la casa de la Tía Esila; mejor conocida en el pueblo como “Na Chilla-Tón”.

SUBIENDO HACIA GUIÉNGOLA.

En casa de ella nos hospedamos por esas fechas en la ciudad de Juchitán.  Eran las 6:00 h. de un bello día de verano istmeño, con mañanas frescas, neblina que se levanta lentamente llevando consigo los vapores que se acurrucaron entre los tejados de las casa, dejados ahí a dormir por la torrencial lluvia del la noche anterior. Trino de zanates que por cientos duermen en los huanacastles que pueblan los patios y jardines que rodean la casa de la tía Chilla-Tón. Olor a trópico istmeño. Olor a tierra que me vio nacer y  donde aprendí por vez primera a escuchar de Guiéngola; en la lengua que aprendí de mi abuela y de mi madre. Era el preámbulo de un glorioso día, de una aventura, que al fin ahora juntos, unidos por la misma idea, el mismo deseo de aventura que corre por nuestras venas zapotecas y de los Fuentes, compartiríamos desde este momento y, por el resto del día y de nuestros días, pues sería una experiencia única de hermanos. Partimos cargando nuestros morrales juchitecos tejidos de palma; cargando en ellos lo necesario para la jornada del día. Mary nos preparó una docena de sándwiches de pollo; Sebastían llevaba un clásico almuerzo juchiteco; totopos, pescado ahumado, queso seco, camarones secos, frijoles refritos y agua de horchata.

PRIMERAS VISTAS DE LA MURALLA

Condujo Sebastián, con cariño paternal; su viejo Datsun modelo 1972. Con paciencia y tolerancia en el acelerador y a una velocidad acorde a la edad de un anciano, el viejo Datsun rojo y blanco, lleno de remiendos caseros, reparado con ingenio, experiencia y mucha, mucha paciencia, conservaba el paso sobre la carretera Federal No. 190 con rumbo a la ciudad de Tehuantepec. Pasamos por las orillas del poblado; cruzamos el río Tehuantepec, con su puente de la época Porfiriana; una estructura de hierro color naranja, donde paralelas corren las vías del ferrocarril  transistmico, y la carretera federal. Este mismo río, baja de la sierra que bordea la montaña de Guiéngola kilómetros arriba, camino hacia donde nos dirigíamos, cercano al poblado de Mixtequílla.



PASADISO NATURAL EN GUIÉNGOLA
Sebastián enfiló el Datsun con rumbo a la ciudad capital; Oaxaca, siguiendo aún la ruta federal No. 190. Empezamos a ascender la cuesta que nos va elevando lentamente de la planicie del valle del Istmo, hacia las sinuosas y escarpadas montañas de la Sierra Madre Occidental. Pasamos a poco rato el poblado de Jalapa del Marqués,  con rumbo al poblado de Mixtequilla; lugar donde una desviación a la derecha, sobre un terreno de terracería, nos subiría hasta el pié de la montaña de Guiéngola. Sebastián, < diestro en conducir >; “ha sido chofer de todo tipo de vehículos y hasta ahora, taxista en la región del istmo y particularmente en Juchitán”. Nos llevaba lentamente, reconociendo el camino que años atrás había recorrido. Subíamos y subíamos; admirando poco a poco la fantástica vista que se presentaba ante nuestros ojos del inmenso valle del istmo y la costa que encierra la laguna madre superior.


MURALLAS DE GUIÉNGOLA

Ascendimos hasta llegar a una zona muy escarpada y deslavada por las torrenciales lluvias que suelen caer durante el verano. Parte de la brecha se había deslavado y grandes grietas la surcaban, dificultando el paso, cada vez más intrincado para el vehículo. Descendimos y decidimos dejarlo hasta ese lugar que habíamos alcanzado. Lo demás lo haríamos a pie. Cogió cada uno de los cinco aventureros que formábamos parte de la expedición; su respectiva porción de carga que le correspondía transportar durante el trayecto de ida y vuelta. Éramos un grupo muy heterogéneo; nuestras edades variaban de los ocho años de Cesarito; el nieto de mi hermano Sebastián; su hijo Ramón; Raúl el hijo de la Tía Chilla-Tón; Sebastián y Yo. En orden de edades. No recuerdo las edades, pero el orden cronológico era ese. Aproximadamente a los veinte minutos de ir subiendo y siguiendo la senda para vehículos que aún en esa parte existía; repentinamente escuchamos el ronroneo del motor de un vehículo que descendía de la montaña. Nos detuvimos en espera de que se acercara a nosotros. Al detenerse junto a nosotros, noté que pertenecía al Departamento de Turismo de Tehuantepec. Nos preguntó el conductor.
¿Van a visitar la zona arqueológica? ; Afirmativo, le contesté
 ¿Vienen a pié desde el entronque de la carretera? ; preguntó con un tono asombrado.
 No; Le contestó Sebastián; Dejamos el vehículo un poco más abajo; pensamos que ya no podríamos continuar.
 Está un poco malo, pero pueden llegar hasta donde se termina este camino; unos quinientos metros más arriba; agregó el conductor del Volkswagen blanco.
Aguarden unos minutos; llamaré al guía por el celular;  lleva un grupo de tres personas que van a conocer el sitio; pueden agregarse al ellos; el guía los conducirá y les  mostrará  la zona.
Magnífico; le contesté, y esperamos a que lograra el contacto.
Muy bien; hecho está; los espera al principio de la senda que sube a la cima de Guiéngola;  que tengan un bonito paseo; se despidió y Sebastián decidió descender con él hasta donde habíamos dejado su carro y subirlo hasta el punto donde nos esperaba el guía. Mientras tanto, seguimos ascendiendo los demás y esperaríamos a Sebastián junto al grupo. No logramos llegar hasta dicho lugar, cuando escuchamos el ronroneo del motor del Datsun de Sebastián; nos había dado alcance ya. Súbanse; nos dijo, de inmediato abordamos su carro y llegamos en “un dos por tres” al sitio.

MURALLAS
Un grupo formado por dos hombres y una jovencita; además del guía, aguardaban nuestro arribo. El guía se llama: Víctor; nos comentó que suelen llamarle  “Víctor Veneno” su correo por si alguien se interesa en ir a conocer el sitio es:

vicveneno@hotmail.com

Así iniciamos, por pura casualidad nuestra visita a la zona arqueológica de Guiéngola. Nos explicó Víctor que hacía apenas unos días que por temporada de verano, el departamento de turismo de Tehuantepec, había iniciado las visitas guiadas al sitio. Éramos el tercer grupo que ascendían en la temporada. Fuimos pues afortunados del destino, al haber encontrado a Víctor, para que nos llevara a disfrutar de tan magnífica aventura a un lugar tan intrincado y con tantas zonas regadas por la montaña, que de ninguna forma hubiéramos podido conocer todos esos sitios si no fuera bajo la guía experimentada de él.



Fue un ascenso largo y cansado; Víctor nos tuvo paciencia y sabía, por experiencia de sus ascensos al lugar, que las condiciones físicas de muchos, no eran óptimas para el ascenso, y con calma, en un lapso de tres horas aproximadamente, habíamos llegado a la cima; recorriendo en el ascenso muchos sitios con vestigios arqueológicos diseminadas por la montaña. Pude constatar la inmensidad y extensión  de la muralla que alguna vez sirvió para proteger este sitio, misma que, aunada a la altura y escarpado del sitio, lo hacían inexpugnable.   Posteriormente nos llevó a conocer la serie de grutas existentes alrededor de la cima, lugares que a su vez los zapotecas de esa época, utilizaban para obtener el agua y la cría de peces para su alimentación en esta que fue:”La inexpugnable fortaleza de Guiéngola”.

A nuestro regreso a Juchitán, Sebastián se desvió por otra brecha que nos condujo a orillas del río Tehuantepec, lugar donde nos refrescamos un par de horas, disfrutando ahí del almuerzo que aún quedaba de lo que mi hermano había llevado; la increíble frescura y limpieza del río, donde una familia formada por: tres adultos y cuatro niños, disfrutaban de bañarse en las aguas del bello río. La atracción encantadora del lugar, nos invitaba a meternos de inmediato a disfrutar con dicha familia del placer del agua fresca. No lo hicimos, por temor a que nos fuera a hacer daño el cambio repentino de la larga caminata, ascenso y descenso de más de seis horas. Nuestro cuerpo, ardía de calor, y los músculos habían trabajado al máximo. Sólo sentí la frescura del agua con mis manos cuando me acerque a lavármelas en un remanso que se formaba en sus orillas.

 Afortunadamente, aún existen sitio como ese, libres de la contaminación y donde se puede gozar del contacto directo con la naturaleza circundante. Un remanso de paz y alivio, en un mundo tan contaminado.

Al día siguiente, visité La Casa de La Cultura para consultar en la biblioteca del lugar, todo lo relacionado con datos de investigación e historia que existiesen de dicho lugar. Para mi sorpresa no encontré ningún dato. Me dirigí a la dirección de dicha institución y para fortuna mía, aún funge como subdirectora de dichos lugar, una vieja amiga que durante el viaje del cometa por el istmo en el año del 2004, coordinó las visitas del cometa  en la región. Se llama: Yolanda; muy amablemente me proporcionó los datos que a continuación transcribo y que de una investigación reciente, realizada en conjunto con La Casa de La Cultura de Juchitán; guardaba Yolanda en un archivo particular en su computadora.

Transcribo ahora la investigación.

También la podrán encontrar (posteriormente) en mi blog, incluyendo las fotos. Por el momento sólo subiré unas cuantas en facebook; la mayoría las podrán disfrutar en el blog:








El sitio arqueológico de Guiéngola





Por su ubicación, forma y sistema constructivo, se cree que Guiéngola (en lengua zapoteca o didxazá: “piedra grande”) es un sitio donde los zapotecos se resguardaban y defendían. La fortificación se encuentra a mas de 400 metros sobre el nivel del mar; está ubicada al noroeste  de Tehuantepec, a 15 kilómetros aproximadamente de la ciudad, en el Estado de Oaxaca, y es un tanto inaccesible por la imposibilidad de llegar en automóvil al sitio, ya que se tiene que caminar aproximadamente una hora en una zona muy inclinada.

                Acerca del lugar se han hecho escasas investigaciones y algunas de ellas fueron llevadas a cabo sin el menor rigor científico, movidas únicamente con el fin de llevar un registro arqueológico. El lugar es mencionado directa o indirectamente en varios textos antiguos y en algunas obras narrativas que van del siglo XVI, a la actualidad.

                Nos encontramos con parca información arqueológica, la cual no analiza detalladamente los sucesos históricos y  sólo nos da una escasa noción de la zona, y no de lo que el lugar significa y ha significado para la población actual y para el desarrollo histórico de los zapotecos en general.

                Los arqueólogos señalan que la construcción de la fortaleza de Guiéngola data del posclásico (1350-1521 d.c). Históricamente entra en escena debido al conflicto bélico que dio fama a la alianza mixteco-zapoteca y avergonzó a los señores de la Triple Alianza en el siglo XV d.c., entre los años 1486-1497(sin saberse con exactitud la fecha).

                Fray Bernardino de Sahagún señala que en los tiempos de Ahuitzotl varios comerciantes mexicas, llamados pochtecatl, fueron hechos cautivos cuatro años “en el cual estuvieron cercados de los de Tehuantepec, y los de izoatlan y los de xochitlan...”[1]. También el investigador francés Charles Brasseur nos relata en su libro Viaje por el Istmo de Tehuantepec 1859-1860 escrito en su viaje a esa zona, su deseo de conocer Guiéngola. Respecto el lugar nos dice:



“Fue desde lo alto de ese nido de águilas que el rey de los zapotecas desafió durante un año entero toda la fuerza del poderío mexicano [...] rodeada de precipicios y a menudo cubierta de nubes, esta meseta a la que no se puede llegar sino después de una jornada de ascenso desesperante, está sembrada de magnificas ruinas en piedra tallada, palacios, templos y fortificaciones cuya extensión y grandeza arquitectónica llenan de admiración al viajero [...] Cosijoeza hizo cavar amplios estanques para cultivar peces de río. Tres veces el rey de los mexicanos despachó nuevas tropas para desalojar a su enemigo de este sitio temible; tres veces fueron destrozadas en el paso o diezmadas en la llanura y el soberbio Ahuitzotl se vio obligado a ofrecerle la paz.”[2]  



Guiéngola significa mucho para los binnizá de la región, ya que ha reforzado su identidad, y es el único punto de unidad histórica que tienen con sus hermanos del valle y de la sierra, con los que en cambio existe cierta indiferencia y hasta rivalidad.

                Guiéngola simboliza también el punto histórico del quiebre que se dio en el reino zapoteca al ser dividido en dos; uno con capital en Zaachila y otro en Tehuantepec. Así, Guiéngola es considerada la “prueba” histórica de la continuidad étnica y cultural de los binnizá.

                En las Obras Históricas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl encontramos una pequeña cita que nos da una idea de las tensiones que existían entre los reinos de la triple alianza y el zapoteco: “Otro día después de la muerte de Nezahualcoyotzin se le hicieron sus honras [...] en los cuales se hallaron los reyes Axayacatzin de México [...] y otros muchos grandes y señores de diversas partes [...] y de los reyes contrarios y remotos que en semejantes ocasiones a éstos y a los señoríos se les daba parte, y entraron sus embajadores libremente como era el de Michoacán, Panuco y Tequantépec”.[3] Vemos pues que quizá ya desde los tiempos de Netzahualcóyotl los conflictos existían.

                Con la escasa información con la que disponemos a nivel histórico podemos reconstruir un poco lo sucedido, asignándole un papel importante (más que el que se le ha dado) a la fortaleza de Guiéngola, ya que gracias a ella, el reino zapoteca pudo ganarse un lugar prominente en lo que hoy es el Istmo, logrando a lo largo de varios años fundar una nueva “capital” en la ciudad de Tehuantepec.

                Hemos mencionado que la fortaleza de Guiéngola, se construyó en un periodo histórico dado y que, además, sirvió para un fin propio de ese periodo histórico y de otros que mencionaremos más adelante. Cabe decir que el lugar es uno de los últimos sitios arqueológicos de Mesoamérica y tiene características propias del sistema constructivo zapoteca.

La plaza principal se encuentra a 428 metros sobre el nivel del mar. Ahí se hallan dos pirámides, un juego de pelota y otras estructuras. Existen mapas de la zona desde 1892, pero los más recientes fueron confeccionados en 1970 y 1971 por el Instituto de Estudios Oaxaqueños. El sitio no fue sólo una fortaleza como muchos han supuesto, sino tal vez un centro ceremonial,[4] ya que encontramos en Guiéngola más de ochenta estructuras, y entre ellas las pirámides.

Todas las estructuras fueron construidas de bloques de piedra caliza  estratificada (del tamaño de ladrillos de barro moderno). El exterior de las estructuras fueron  cubiertas por estuco,[5] algunas  son similares a otras de Lambityeco (fase IV), por lo que se deduce que Guiéngola no puede ser anterior al posclásico temprano, ya que esas estructuras no existieron en sistemas arqueológicos zapotecas antes de esa fecha.

Una de las construcciones más impresionantes en Guiéngola, es la probable habitación o palacio del “principal” del lugar. El palacio se encuentra en el lado este de la montaña; la vista de la llanura del Istmo de Tehuantepec y la laguna superior, desde “el mirador”, es impresionante.

La forma del mirador es casi circular ya que fue construida sobre una roca natural de forma redonda. Según Peterson[6] el palacio ocupa por lo menos 11,000 metros cuadrados y representa alrededor de 20% de las construcciones en la plaza principal. Dado que los patios están distribuidos sobre varias terrazas naturales a desnivel, las estructuras dan una impresión de lujo que no se aprecia en un mapa de dos dimensiones. Las áreas de funciones variadas cubren un total de 8,000 metros cuadrados esto incluye un total de 64 cuartos, plataformas y almacenes, 14 escaleras o escalones pequeños, 9 escaleras grandes de 5 a 10 metros de largo o de ancho, y 38 columnas dentro de los cuartos. Hay además un estanque o alberca así como una tumba que fue saqueada antes del siglo XX.

                A través de distintos estudios de lo encontrado y de las formas o diseños de los cuartos o patios, se han podido conocer algunas funciones de las habitaciones antiguas. Un acceso difícil indica lugares privados donde el público fue excluido, los rasgos arquitectónicos lujosos comúnmente identifican lugares de importancia pública o ceremonial, mientras que el acceso fácil indica lugares cívicos o públicos.

                Hemos mencionado que existe en el palacio una tumba saqueada, ésta, sumada a la que se encuentra en el lado norte de la plaza de una de las pirámides, da un total de dos. Parece ser que esas tumbas fueron saqueadas en el siglo XIX. Ambas son de una construcción similar a las de las últimas épocas prehispánicas en el valle de Oaxaca.

En el ámbito arquitectónico es lo más destacable en Guiéngola, pero no podemos dejar de mencionar el gran número de trincheras que se encuentran diseminados en buena parte del cerro, así como las distintas cuevas que en la montaña encontramos.       

                Mucho de lo que se dice de Guiéngola está retocado por la fantasía; ella a veces es un tanto engañosa y muy parcial, pero en ocasiones la leyenda puede contener rasgos verídicos y es cuestión del investigador separar lo cierto de lo imaginario; por eso pretendo mencionar sus rasgos de leyenda.

Cuando era niño escuchaba hablar de Guiéngola y, al igual que Brasseur, tenía la idea de que era una ciudad perdida, llena de templos, palacios y tesoros. Las leyendas eran casi las mismas que mencionan las escasas citas que algunos cronistas hacían del lugar. Cuando conocí la zona, lo primero en preguntar fue cómo habían logrado sobrevivir los que habitaron en esos tiempos en un lugar así, sin agua, sin un suelo apto para sembrar, en un terreno inaccesible y poco después ¡en plena guerra!

De esa duda supongo que nació la primera leyenda, que nos dice que: “a la altura de las nubes / en Guiéngola / una fuente conservaba el pescado de los ríos / que más tarde alimentaran al guerrero zapoteca”[7]. Efectivamente, ésa es una de las pocas respuestas que en este sentido encontramos, ya que estando abajo los guerreros mexicas ¿qué otro modo había de conseguir el vital líquido?, la respuesta más sencilla, pero con la explicación más difícil fue esta: los zapotecas crearon estanques en la montaña para aprovechar el agua, consumiéndola y criando peces.

Encontré una variante de esa leyenda en un periódico de 1936[8] en el que hacen referencia a una mujer que fue cegada por su padre para que no revelara a un conquistador español parte de las rutas secretas por donde los guerreros llegaban a través de un laberinto de cuevas hasta la base de la montaña para obtener agua de los pozos. Esta versión también plantea un problema, ¡cómo transportar el agua por medio de cantaros, por muy grandes que fueran, subiendo 400 metros, y lograr abastecer a miles de personas!, pero como dijimos antes, ese problema es resuelto por la leyenda, y la arqueología no nos da otra respuesta.

Otra leyenda que gira en torno de Guiéngola es el relacionado con Juana C. Romero. Según cuentan en el Istmo, ella era bidxaa o “bruja”, decían que descendía de los antiguos señores, y que era la única persona que conocía los lugares exactos donde se encontraban los tesoros en Guiéngola. Es muy sabida la relación que entabló con el que sería Presidente de México, Porfirio Díaz; ella lo conoció cuando éste era Gobernador de Tehuantepec, y según muchos viejos, fue gracias a ella que él llegó tan alto, ya que cuentan que hizo un regalo a su amado que consistía en un brazalete que había pertenecido a un rey zapoteca.

Pudiéramos hacer un libro completo si nos extendiéramos más, por ello sólo mencionaré la ultima historia; esta cuenta que de las grutas de Guiéngola se puede llegar al valle de Oaxaca, específicamente a Mitla o Liobaa. Se dice que de este modo se lograba que Cosijoeza fuera visto en un momento, combatiendo en las faldas de la montaña y en otro presidiendo una ceremonia religiosa en Mitla o Zaachila, las grutas, según esto, no sólo se comunican con el valle, sino con Tehuantepec mismo; quiero decir con un cerro en el barrio de Lieza, y de ahí con el centro mismo de la población, en el actual convento dominico que data del siglo XVI.

Guiéngola, a diferencia de muchos sitios arqueológicos olvidados por sus habitantes originales, por los siglos y por la ignorancia, no presenta síntomas de olvido, sino que al contrario, se arraiga cada vez más en las mentes de los zapotecas de hoy, y lucha por sobrevivir a la destrucción, al abandono y a la “otra” conquista. El lugar debió tener por lo visto múltiples funciones, desde militares, hasta ceremoniales, las nuevas investigaciones que se hagan podrán revelar más de lo que este sitio nos ha mostrado; esperemos que éstas sean interdisciplinarias para poder saber mejor los secretos que aún esconde.

                Guiéngola no debe verse simplemente desde un punto de vista arqueológico, sino histórico y hasta antropológico, porque a diferencia de otros sitios, no es el visitante el que posee más información que el nativo, no es el maestro el que dice qué es y de quién, sino que es el zapoteca de hoy el que sin miedo habla de lo suyo, porque sabe que es suyo, porque además sabe que fueron sus abuelos los que construyeron esa fortaleza y quienes la defendieron,

                Guiéngola ha representado un papel importante en la vida de los habitantes del Istmo de Tehuantepec, porque bajo sus fiestas, sus movimientos políticos, su espíritu combativo, todavía se encuentra.



 Lo vedado y lo guardado con recelo: sus lugares sagrados, a los que al igual que en Igu[9] e Ixtaltepec se asiste solo en días especiales, y con gente cercana. A Guiéngola, la siento viva. Quizás esto se deba a que el lugar nunca fue abandonado ni “descubierto”, y siempre conservó esa misticidad característica de los lugares de antaño.



Por Gubidxa Guerrero Luis / Etnohistoriador







1 Historia general de las cosas de Nueva España.  Ed. Porrúa  Libro IX, 2.
[2] Viaje por el istmo de Tehuantepec 1859-1860.  Ed.  F.C.E.  Pág. 154-155.
[3] Obras Históricas II.  Ed. Dirección General de publicaciones de la UNAM. II 139.
[4] Peterson,  David A. “Las evidencias para prácticas religiosas en Guiéngola, Oaxaca.”
[5] Aún hoy podemos ver que el estuco se conserva en perfecto estado en algunas estructuras.
[6] “La organización funcional del palacio de Cosijoeza en Guiéngola, Oaxaca”, Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, # 7, Abril 1986, Pág. 65-69 UNAM.
[7] Fragmento del poema “Guiéngola” de Luis Martínez Hinojosa
[8] “El espectro de Guiéngola”  de Esteban Maqueo Castellanos en: NEZA: publicación de la Sociedad Nueva de Estudiantes Juchitecos  (Neza: camino) junio de 1936.
[9] Pequeño cerro que se encuentra a 5 kilómetros de la ciudad de Juchitán a donde se acude en peregrinación cierto día del año. En Ixtaltepec hacen lo mismo  en otro cerro el 1º de mayo...

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