martes

Día 37: Martes 11 de junio 2002. San Ignacio ------ Santa Rosalía, “Cachanía”.

Km. 73.- Restaurante de mariscos.

Km. 72.- Volteando al sur, observamos donde se termina el maravilloso oasis del poblado de San Ignacio, y empieza la zona de curvas.

Km.71.- Vulcanizadora.

Km.66.- Empiezan las subidas.

Km. 63.- Bonita vista de Bosque de Yucas.

Km. 60.- Señalamiento con dirección a la izquierda, terracería a Santa Martha, a 30 km. y El carricito, a 20 km. Este camino lleva cercano a las montañas y a las cuevas donde hay pinturas rupestres. Se requieren guías y mulas para llegar a este sitio. Infórmense en el museo de San Ignacio. Muy importantes y recomendadas, tómese su tiempo para ir a visitarlas.

Km. 53.- Ejido Alfredo B. Bonfíl. Nueva comunidad que se ha establecido aquí, en medio de la nada. ¿A que se dedicarán?, ni idea.

Km. 39.- Rancho El Mezquital. Buen lugar para comprar Machaca, se especializan en ello. Aquí empiezan más curvas. Adelante del lado izquierdo se pueden observar unas montañas muy altas; Las Tres Vírgenes.

El Campo Geotérmico de Las Tres Vírgenes.

Las tres vírgenes es una de las varias zonas con manifestaciones geotérmicas identificadas en Baja California Sur. El campo se ubica a unos 40 km. al noreste de Santa Rosalía, municipio de Mulegé, dentro del área de amortiguamiento de la zona de reserva de la biosfera El Vizcaíno. Técnicos de la CFE. (Comisión Federal de Electricidad), empezaron los primeros estudios en el campo en 1983. En 1986 perforaron el primer pozo exploratorio profundo, que comprobó la presencia de un recurso geotérmico potencialmente aprovechable en el subsuelo de la zona. En 1993 se reanudó la perforación de pozos exploratorios, y en 1998 se tomó la decisión de instalar las primeras unidades eléctricas de 5 MW (megawatts).

El campo volcánico Las Tres Vírgenes está constituido por una cadena de tres volcanes. El más antiguo es El Viejo (o Volcán Partido), que empezó a formarse hace unos 450 mil años. Le sigue El Azufre, con edad de 260 mil años y ubicado inmediatamente al sur del anterior. Finalmente, aún más al sur se emplazó el volcán La Virgen, que es el más grande de los tres y cuyo último derrame de lava ocurrió en el año 1746.

Como remanente de la actividad volcánica, en el subsuelo de este complejo ha quedado un sistema geotérmico, cuyas evidencias superficiales son fumarolas y manantiales termales. La CFE. Ha perforado varios pozos, cuatro de los cuales se emplean como pozos productores que tienen profundidades de 2,100 a 2,500 metros y temperaturas máximas hasta de 273° C. La central Geotérmica de Las Tres Vírgenes está compuesta por dos unidades de 5 MW netos cada una.

Cuando las dos unidades se encuentren operando a plena carga, deberán generar unos 80 gigawatts-hora anuales. Esta energía será suficiente para satisfacer por completo las necesidades de electricidad de Santa Rosalía, San Ignacio, Mulegé y otros poblados aledaños. También podrá permitir la instalación de más industrias en la zona. La operación de estas unidades hará posible dejar de quemar alrededor de 25 millones de litros de diesel por año, combustible que la CFE. viene utilizando para el funcionamiento de nueve plantas a diesel con las que se genera la electricidad consumida en la región.

La geotermia es un recurso natural, renovable para todo efecto práctico, y disponible en el subsuelo de la península de Baja California.

Km. 35.- Microondas Almeja a la izquierda.

Km. 31.- Un pequeño Rancho hacia el norte de la carretera con un molino de viento. Siguen las curvas y bajadas.

Km. 19.- Vista fabulosa nuevamente del Mar de Cortés. Adelante se inicia un descenso con muchas curvas cerradas, bajando de unos 800 metros SNM. Hasta llegar a la costa en un tramo corto como de unos 6 km.

Km.- 18.- Estación de la Compañía de Gas de Santa Rosalía. Nos detenemos a rellenar los dos tanques para gas LP. con que se abastece el Cometa para la estufa y el refrigerador, se nos habían terminado esta mañana.

Km. 7.- Fondo de la montaña, ahora rodando a la orilla de la playa, muy pegado al Mar de Cortés.

Km. 0.- Entrando al poblado, algunos edificios y casas, plantas empacadoras de pescado, ruinas de la antigua minera El Boleo, cruce del vado del arroyo y estamos en Puerto Santa Rosalía. “ El pueblo que se negó a morir” reza una leyenda a la entrada de la ciudad. Una antigua máquina de vapor colocada a la entrada, nos da la bienvenida. Las oficinas del Trasbordador (ferry) con destino a Guaymas Son. Se encuentra ubicado a sólo unos metros delante sobre la carretera No.1 pasando la entrada a la ciudad.

Narrativa:

Hora: 3:41 pm Temperatura: 30°C. Humedad: 30% Presión B.: 30.1

Estacionados para comer. Estamos cerca de la ciudad de Santa Rosalía, conocida en la baja sur por los lugareños como “Cachanía” a un costado de la carretera federal No. 1, que lleva al poblado. A las orillas del mar, muy cerca de la playa.

Muy temprano esta mañana, lavé El Cometa, estando estacionados aún junto a la laguna de San Ignacio, aproveché la abundancia de agua que estaba tan cerca de él, además lo barrimos, aspiramos y sacudimos. Limpieza total antes de continuar con nuestro viaje hacia el sur. Posteriormente me eché una última bañada y nadé un rato, desayunamos, Mari se baño también (en El Cometa) y limpiecitos nos fuimos a visitar el museo de la Misión de San Ignacio. El encargado del museo, Jesús, nos dio todas las indicaciones de cómo hacer los preparativos para poder ir a visitar las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco. Hay que llamar por teléfono al museo para indicar la fecha de llegada al poblado, para que ellos llamen por radio a la base que tienen allá arriba en la sierra, e informarles a los guardianes el número de personas que irán, de modo que ellos, puedan tener las mulas listas para el transporte a las cuevas donde están las pinturas rupestres, así como el equipo y alimentos, en fin, todo lo necesario para acampar por al menos un par de días. El costo por alquiler de mula es de $ 100.00 por día, y de $150.00 por el guía y cada uno de los ayudantes que se requieran.

Dentro del museo, hay una sala dedicada exclusivamente a las pinturas, y en una pared una réplica al natural de ellas, de modo tal que nos podemos dar idea de su tamaño magnitud y belleza.

Hora: 6:04 pm.

Comimos ya, Mari se echó un baño después de comer. Seguimos estacionados en el mismo lugar desde que llegamos. Es una pequeña bajada hacia la playa, en la entrada norte de Santa Rosalía, a unos 3 km. de la ciudad. A la izquierda del Cometa, un Palo Verde nos hace un poco de sombra. El sol se está ocultando rápidamente tras las paredes distantes de las montañas; La Mesa; El Yaqui y Punta Arena.

Estacionados al norte, entrada a Santa Rosalía.

Como 25 lanchas han invadido el horizonte azul oscuro del mar, pareciera que al llamado encantador de las sirenas, los pescadores zarparon al unísono respondiendo a su canto. Van y vienen de aquí para allá, de izquierda a derecha, para adelante, ahora para atrás. Hacen su trabajo. Mientras, otros más se les van uniendo, llenando la línea intangible del horizonte de siluetas de media luna en creciente, acostadas con sus cuernos al cielo.

Escudriño con los binoculares. Disfruto. Los veo subir y bajar los brazos. Jalan, avientan, hacen aspavientos. Algo sacan del mar. Por eso están ahí.

El agua del mar, como en una tina de baño. No se mueve, no se agita. Tiene una pereza tal, que no le importa que sobre su lomo en el horizonte, le rasguen su superficie aquel sinnúmero de pangas.

Una mancha café verdosa, de sargazo, flota cercana a la playa. Se mece al leve bamboleo de las corrientes. Se arrulla como en una hamaca de suaves hilos de seda, y Yo; Disfruto.

Se terminó la suave brisa del este. Una calma total nos ha invadido. El sopor del verano nos ha envuelto, como para que esta noche el calor nos sofoque y no nos deje dormir. No hay más vegetación en este lugar que pequeños matorrales salitrosos y uno que otro pequeño huisache. Piedras de cantos rodados, de todos colores y tamaños por millares, que a estas horas conservan el calor que durante el largo día han guardado en su interior. No las puedes ni tocar de tan calientes. Las hay a todo lo largo de la playa, hasta donde mi vista alcanza, como si el mar las hubiera ido acomodando para delimitar sus dominios.

Hora: 7:50 pm.

Empieza a caer la noche. Sobre una veredita junto a la puerta del Cometa, donde estoy sentado, escucho el llamado de una madre codorniz que apremia a sus cuatro polluelos a que apresuren el paso, pues la noche se les viene encima. Cruzan el caminito con pequeños pasitos cortos, ligeros y presurosos en perfecta formación, unos tras otro se internan y pierden entre unos matorrales y bajo un pequeño Huisache siguiendo a la madre que con su cabeza erguida, luce su hermoso penacho de gris y negro en la frente. La bruma viene hacia nosotros lentamente, de muy lejos, mar adentro, desde allá, del otro lado del Mar de Cortés. Las pangas a lo lejos en el horizonte, empiezan a perderse de vista bajo la sábana grisácea que se tiende lentamente sobre ellas, cobijando a los pescadores de la negra noche que se acerca. Ninguno parece inquietarse. Siguen allá con sus faenas, tachonando aquella línea que divide lo terreno y lo infinito, con puntitos apenas perceptibles y difusos ahora.

El céfiro retorna nuevamente. El medio ambiente se sacude la modorra. Los cerros apenas se distinguen ya, se ven cenizos, como pintados de humo y la noche nos va cubriendo, lenta pero perseverante. Solo escucho el leve rumor de las olas y aspiro el fresco aroma del mar que la brisa me acerca más y más. La Noche Cachanía hace presa de nosotros y nos invita al descanso.

Aparecieron los malos de la noche. Murciélagos. Pasan frente al Cometa como estrellas fugaces oscuras. Pareciera que juegan con lo tenebroso. Pequeños, veloces. Hacen piruetas sobre nosotros.

Ahora los zancudos se unen a lo sombrío. Estos nos obligan a encerrarnos en nuestra lata sellada. Nuestro mundo de metal. Un hogar llamado Cometa. En su interior aún caliente a esta hora, enciendo la veladora color naranja con forma de cubetita de hoja de lata. Empieza a despedir un humo blanquecino con olor a hierbas, agradable. Sirve para ahuyentar los moscos. La coloco en la parte delantera, justo en el tablero, cerca del volante. Rápidamente su perfume va invadiendo todo el interior. Instalo el pabellón contra moscos sobre la cama. ¡Cómo nos ha servido! para noches como esta que se avecina. Si el ataque se vuelve sanguinario, dormiremos con la veladora prendida dentro de nuestra nebulosa de tul blanco. El calor se eleva. Prendo el ventilador del techo. Introduce aire del exterior por un pequeño orificio en la parte posterior del Cometa. Empieza a surtir efecto, es fresco, es brisa del mar, es aire puro que contrarresta el calor encerrado.

Regreso a mi lugar en el frente, en mi bastión. La oscuridad afuera ahora es total. El horizonte se ve adornado ahora con un collar de luces brillantes, tendido a todo lo largo, como cuentas de un collar de perlas brillantes, de pequeñas estrellas refulgentes ensartadas con el hilo negro e invisible de la noche, titilan a lo lejos en una línea casi uniforme. Ya no distingo el horizonte pero las lucecitas me la demarcan muy bien. ¡Son los pescadores! . Adornan su noche cachanilla con luciérnagas marinas, su mar, ese su mar, ese su puerto de “Playas negras”.

Vega y Antares en el cielo, han salido a rivalizar con las luces de los pescadores en el mar. Parecían turbias estrellas, y a sus rayos les costaba penetrar la mortaja del bochorno.

Atisbé nuevamente con los binoculares. Observaba aquellas luces de las pangas de los pescadores, semejando pequeñas boyas blancas, terminadas hacia arriba en pequeños postes que se balancean como péndulos inversos, complementando el fulgurante cuadro de estrellas de mar y cielo mientras me arrulla el susurro de las Avemarías que Mari reza allá en el fondo semiobscuro del Cometa. Afuera la noche acababa de llevar sus sombras hasta lo más alto del cielo.

Puerto de Santa Rosalía.

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