domingo

Día 42: Domingo 16 de junio del 2002 MULEGÉ (Estacionados 2°. día). Millas (194,692).

Hora: 8:33pm. Temperatura: 28°C. Humedad: 50% Presión B.: 30.1

Bitácora:

Hasta esta hora de la tarde (oscurece ya muy noche) he tenido tiempo de escribir en la bitácora.

Hoy fue día de misa, como todos los domingos. Asistimos a los servicios de las 7:30 de la mañana en el convento de Santa Rosalía de Mulegé. Nuevamente en ese lugar, volví a sentir los pasos y escuchar los rezos de los antiguos misioneros, a través de las gruesas paredes de piedra que guardan en sus interiores todo los sonidos del pasado.

Misión de Nuestra Señora de Santa Rosalía de MULEGÉ.

Imagen de Nuestra Señora de Santa Rosalía de Mulegé.

Posteriormente recorrimos la rivera opuesta del río hasta llegar a la desembocadura en el mar, justo frente al faro del Cerro del Sombrerito, donde dormimos anoche. Lo veo desde este otro lado del río. Quería conocer este otro camino. Permanecimos aquí el resto de la mañana y aprovechamos para desayunar. Mientras Mari preparaba el desayuno, bajé la bicicleta y recorrí un par de kilómetros más siguiendo una brecha contigua al mar. Encontré muchos esqueletos y sobrantes de pieles de cochitos, varias decenas. Fueron fileteados por pescadores en esta parte de la playa, apestaban mucho porque el sol los está pudriendo y un enjambre de moscas se daban un festín. Definitivamente, está mejor del otro lado.

Lado opuesto de La Bocana.

Después del desayuno, fuimos a un café Internet a checar nuestros correos. Encontré sólo cinco correos. Me puse a redactar un largo y narrativo correo comunitario para todos los que siguen la Estela del Cometa, después de mucho escribir y tratando de anexar algunas fotos, me di cuenta que no lo podía hacer solo, así que solicité la ayuda de la señorita que atendía el negocio, para mi mala suerte, estaba igual o más tonta que yo, y de repente picó alguna tecla que borró todo lo anteriormente escrito por mi. Casi me infarto. Me puse verde de coraje y por poco y le digo algunas palabrotas. Total que todo mi trabajo como de más de una hora, lo desapareció de la pantalla con un solo dedo. Salí echando rayos, sapos y centellas del lugar, sin siquiera voltear a verla y además NO le pagué del coraje atravesado que llevaba. Tampoco élla se atrevió a decirme nada.

No volví a escribir otro, sabía que no tendría la paciencia de volver a empezar nuevamente y tampoco recordar cómo lo había descrito anteriormente. Lo dejé pendiente para otro día y en otro café que encuentre en el camino.

Por ahora, seguimos en el poblado de Mulegé. Nuevamente nos venimos a estacionar para dormir esta noche donde lo hicimos ayer, entre el mar y el estero.

Atrás del Cometa, el estero se regocija con la marea que lo vuelve a llenar, lo vuelve a la vida. Subió el nivel y con él sus dominios. Los manglares nuevamente disfrutan del agua del mar fresca. Chapotean sus raíces en el agua salobre y el lodo blanquecino pintado de salitre. Es todo un paraíso de vida.

Cardúmenes de alevines se mueven raudos huyendo de sus depredadores más grandes. La cadena alimenticia se desarrolla justo ante a mi vista con toda la simpleza del refrán “El pez grande se come al chico”, pero la complejidad interminable en el estero y el manglar, esa, me la imagino sucediendo abajo. Las manchas de pececillos se agitan, se mueven sincronizados en el cardumen, huyen de los mayores que se los quieren comer. Todo mundo aquí está luchando por su supervivencia.

Salimos a caminar antes de bañarnos e irnos a la cama, lo hicimos siguiendo la orilla del manglar, hasta que el Dios Elio dejó de lanzarnos sus flechas. No se cansa de saetearnos diariamente aún cuando se da cuenta que ya nuestra piel está prieta y renegrida por su diario fustigamiento por estos desiertos, ya no resiste más sus embates. Bordeamos por toda la orilla del estero. Un sepulcral silencio por la vereda donde transitamos. Sólo escuchamos de vez en cuando el saltar de los peces en el agua. Cientos de cangrejos de todos tamaños se mueven al sentir nuestros pasos, se esconden entre las raíces de los mangles, con sus caparazones negros se deslizan sigilosos caminando de lado y hacia atrás.

Río Santa Rosalía, Mulegé.

Las garzas, pelícanos, gaviotas y otras aves marinas, se empiezan a acomodar también en el manglar para resguardarse de la oscuridad que se les viene encima. Trepan a las ramas, se balancean, otras más se colocan sobre las rocas que sobresalen del agua, hasta que por fin logran la posición deseada y entonces se quedan estáticas, como estatuas sobre un pedestal, las garzas blancas, semejan estatuas de blanco mármol.

La vereda sobre la que caminamos está húmeda y salitrosa, de un color café oscuro. En el ambiente se percibe un olor a mar, medio fétido por el lodo que se seca y pudre a las orillas del manglar. Se siente un sopor pegajoso, caliente. Poco a poco conforme caminamos más, sentimos como se nos va lentamente adhiriendo a la piel y sudamos como dentro de un baño turco. No escurre el sudor porque la brisa que sopla del mar se encarga de irlo enfriando conforme aparece.

Regresamos al Cometa pintados de naturaleza y vida del manglar y el estero. Es hora de bañarnos, cenar, e irnos a la cama porque mañana es día de trabajo en la escuela de este lugar.

Mientras escribo, estreno una pluma que me regaló Edith, mi hija mayor. Está fabulosa, ya que tiene integrada una lamparita en la punta, que alumbra la superficie donde escribo. Es una lucecita de color verde, por lo que aunque las luces del interior del Cometa ya están apagadas, puedo seguir redactando en la oscuridad, oscuridad que sólo es rasgada de cuando en cuando por la tenue luz del faro cercano a la trompa del Cometa.

Gracias Mijita. Nunca pensaste en lo útil que sería para mí esto. Espero que la pilita que usa, sea fácil de conseguir.

Fin de este bello día. Es hora de ir a dormir. La noche que nos sujeta a su inconmensurable horario, nos conducirá irremediablemente al siguiente día.

Rodando a orillas del Río San Rosalía , Mulegé.

Mary en La Bocana de Mulegé.

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